Sus papás le regalaron el primero en 1978, desde ese día no paro.. 

Encontrar un tesoro. Así describen los coleccionistas la sensación de descubrir entre el polvo, en una feria de plaza o en un local perdido en una galería

Juan Pablo Villar vive en Ituzaingó, provincia de Buenos Aires, y forma parte de ese club mundial que hace de los autitos a escala su pasión. En horario laboral es médico obstetra, pero cuando sale del hospital se viste de coleccionista.

Todo empezó en 1978 cuando sus papás le regalaron su primer Matchbox. Fue comienzo de algo especial.

Ese primer autito fue una casa rodante que su hermano se encargó de destruir. Con el tiempo pudo conseguir otra unidad sana y con la caja original, y hoy integra la impresionante colección de ¡3.500 ejemplares!

Lucen prolijamente acomodados, ordenados bajo un criterio específico y en una sala especial. Hay camiones, colectivos, pick ups, deportivos y rarezas como autos de surfers y de películas.

Aunque los Matchbox son su especialidad, también hay de otras marcas como Johnny Lightning  y Tomica.

Entre los autitos con mayor valor afectivo Juan Pablo recuerda el que le regalaron para su cumpleaños de seis. Fue en la juguetería Colón, una de las más famosas de Capital Federal (abrió en 1926 en Santa Fe y Talcahuano y cerró sus puertas en 1998).

Para su cumple de 6 le dieron a elegir un autito. Se llevó la Ferrari.

Durante la adolescencia se desentendió un poco del hobby, que retomó cuando se fue a estudiar medicina a Capital. “Ahorraba dinero sacando fotocopias y me compraba un autito por semana”, recuerda. Hasta que un día de 1995 publicó un aviso en la revista Segunda Mano.

El que respondió fue un señor de 74 años que vivía detrás del Parque Saavedra. Atesoraba una valiosa colección Matchbox, pero como estaba enfermo y la plata no le alcanzaba, la iba a vender para poder pagar la obra social.

 

“Tenía las vidrieras con polvo, había unos 120 autos de 1968. Me dijo que le hacía acordar a él de joven y me los dejó a diez pesos cada uno”, relata hoy Juan Pablo, que conserva esas unidades en impoluto estado.

Como todo buscador de reliquias sobre ruedas, las rastreó siempre en ferias de plazas y locales perdidos en galerías. “Ahí siempre se encuentran las mejores cosas”, sostiene.

Entre los ejemplares más viejos se ven furgonetas, tractores, vehículos de remolque y los típicos colectivos ingleses.

Hoy Juan Pablo sigue coleccionando, como tantos otros que se dedican a lo mismo en el país.

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