La bebida en un conductor produce una perdida de sus capacidades y aumenta su temeridad.

Son incontables  las consecuencias que produce el alcohol a una persona que se encuentra al comando de un vehículo, que por un lado afecta a las capacidades de interpretación y motrices, y por otro generan una euforia desmedida.

Beber alcohol y ponerse a conducir trae repercusiones en el comportamiento. De este modo, el conductor suele tener una falsa seguridad en sí mismo e incluso puede adquirir un sentimiento subjetivo de creer que tiene una mejor capacidad para conducir, aumentando la tolerancia al riesgo.

Es por eso que las infracciones a las normas de circulación se producen por un doble motivo: por un lado, el alcohol hace que se capten mucho peor todas las señales de tránsito y marcas viales y, por el otro, porque se tiene un menor sentido de la responsabilidad y de la prudencia.

El nivel de tolerancia al alcohol determina en gran medida el efecto que produce sobre el tiempo de reacción y la estimación del tiempo. El alcohol produce una importante lentificación de las respuestas frente a las estimulaciones sensoriales, llegando a disminuir los reflejos y el tiempo de reacción para esquivar un obstáculo.

 

Entre 0,5 y 0,8 gramos del alcohol en sangre (0,5 es el límite permitido por la la ley de tránsito ), la capacidad de reacción disminuye de forma considerable.

A todo eso se suma un fuerte deterioro y alteraciones de las funciones sensoriales. Se produce una reducción del sentido de la visión y de todos los procesos sensoriales y perceptivos que están relacionados con ella.

El alcohol en un conductor produce que la atención general quede muy desgastada, dando lugar a una especial predisposición para causar accidentes en las intersecciones de calles y avenidas, zonas en las que hay mucha concentración de señales o en rampas de ingreso y egreso de una autovía.

Los trastornos y alteraciones psicomotrices son también producidos por la ingesta de alcohol. En el conductor que ha bebido puede aparecer una descoordinación motora, problemas para acomodar las órdenes sensoriales a las motrices, una disminución notable de la recuperación y del rendimiento muscular de todo el organismo y desorden del equilibrio.

Además, un depresor el alcohol hace que la fatiga muscular y sensorial sea mayor de lo normal, lo que da lugar a una disminución de la alerta y la vigilia y una mayor rapidez en la aparición del cansancio, así como los estados de somnolencia y las pequeñas pérdidas de conciencia.

Se puede decir que el alcohol puede hacer que se confundan y modifiquen bastante todas las percepciones sensoriales provocando problemas de captación, interpretación y reconocimiento correcto de señales u otros vehículos, según concluye el informe.

Y está más que claro que cuando un conductor se pone al volante luego de haber bebido, no sólo pone en juego su seguridad, sino que también involucra a todos los demás actores del tránsito.

 

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